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Fue sin embargo la revolución más hermosa del siglo XX, la que en un primer momento hizo escribir a Vargas Llosa que "ha reducido a una proporción humana las diferencias sociales" y "ha demostrado que el socialismo no estaba reñido con la libertad de creación". Nos lo recuerda la supervivencia del mito del Che, recuperado por la estupenda hagiografía filmada de Soderberg. Un país próspero, pero atenazado por la dependencia de Estados Unidos, la corrupción y una dictadura criminal, se encontraba ante un "amanecer de libertad", cargado de promesas de democracia y de justicia social, conseguido por la lucha heroica de unos cientos de guerrilleros, eficazmente secundados por los activistas de las ciudades. Había saltado el cerrojo impuesto por Washington en Latinoamérica a todo intento de cambio social. El frustrado acceso a la independencia en 1898 dejaba paso a una experiencia plenamente autónoma de la cual podían extraer enseñanzas todos los pueblos oprimidos del continente. Era una revolución por el poder político, y también por la educación y la mejora de las condiciones de vida, haciendo realidad el sueño de José Martí: "con todos y por el bien de todos". Lejos en principio del comunismo soviético. La tarea además no parecía difícil si atendemos a la descripción de ese país cargado de vitalidad política hasta el golpe de Batista, de que habla Fidel en La historia me absolverá. Más las gotas de utopía en rojo y negro, consistentes en pensar que una vez triunfante la revolución, ni siquiera serían necesarios los policías reguladores del tráfico: bastarán los boy scouts. Y de hecho así se ensayó, antes de que muy pronto la sociedad cubana quedara envuelta en la tela de araña policial que hasta hoy garantiza su conformismo. (Antonio Elorza)
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Cuba/revolucion/perdida/elpepiopi/20081231elpepiopi_10/Tes
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Sr. Antonio Elorza.
Antes seguía sus opiniones en prensa y sus intervenciones en distintos programas de debate en la televisión española —que, por suerte, vuelven a imponerse, o parece que vuelven (crucemos, pues, los dedos)— pero desde un tiempo a esta parte comencé a darme cuenta que a través de la pantalla del televisor no me llegaba una verdadera claridad en su mirada. En cualquier tema que abordara. Me interesa mucho el problema vasco; me recuerda constantemente al problema cubano por el entramado soterrado que existe en ambos: ese submundo de intereses personales a través de la política con contraseñas y tendencias muy precisas que todo el mundo evita llamar por su nombre (salvando la distancia, eso sí, del grado de fundamentalismo profundo que inclina la balanza hacia el asunto de su país con un platillo bien cargado de una cerrada visceralidad de la que los cubanos felizmente carecemos), pero, una y otra vez, sus ojos me llegan viscosos, como ligeramente cubiertos por una telilla engañosa.
Y hoy, para cerrar el año 2008, me encuentro en El País con este editorial suyo sobre una Revolución que, por desgracia, me pertenece mucho más a mí que a usted y que nunca jamás sería usted capaz de imaginar con cuanta satisfacción pondría yo en sus manos, pero con carácter retroactivo, incluso desde antes del tiempo en que usted la considera “LA REVOLUCIÓN MÁS HERMOSA DEL SIGLO XX”, anulando con esa belleza que otorga a esta copia de quinta categoría a la otra revolución, la primera, que sirvió de original para la cubana y todos los demás intentos.
Justamente volvemos al principio. La historia se repite ahora fantasmada. El mal que ejercieron los intelectuales del mundo entero aupando, sosteniendo y mitificando un escenario idílico que sólo sucedía en vuestras cabezas portentosas y del que ni siquiera tenéis conciencia de la responsabilidad que os corresponde en esta historia, es algo que no pagaréis nunca jamás. No hay delito de sangre, efectivamente. Ni por parte de la intelectualidad universal ni de la nacional cubana lo hay, pero si se pudiera cuantificar la repercusión de vuestro apoyo a una revolución concebida por la aleación maquiavélica de una mentalidad monstruosa y sutil, estoy seguro que el peso de las palabras sería superiormente macizo al de la sangre directa e indirecta, porque habéis contribuido a arruinar la vida de millones de personas y a convertir la existencia de esos seres humanos en una especie de muerte andante que ni siquiera llega a materializarse en un acto de eutanasia colectiva y compasiva, tan de actualidad últimamente.
Para el 50 aniversario de esta bella novia que visionarios como usted, o Vargas Llosa o Julio Cortázar o Jean Paul Sartre o Carlos Franqui o Martha Frayde o miles y miles de nombres más y menos célebres, quisieron llevarse, no al altar sino directamente a la cama, nos prepara esta fiesta, a nosotros, que somos sus hijos, sus hijos de puta, sus malditos y resingados hijos de puta, y nos vuelve a presentar a mamá, no como la que siempre fue, sino como la que usted pensó que era, y no obstante ello, nos la envuelve en papel de El Corte Inglés, le pone un lazo de satén rojo en la cabeza y nos la entrega de nuevo, “la revolución más hermosa del siglo XX”, aquí la tenéis, por otros cincuenta años, la visión de todas nuestras jóvenes esperanzas.
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© 2008 David Lago González
(Madrid, 31 de diciembre de 2008)