lunes, 24 de noviembre de 2008

Los voceros de Dios

 

NOTA DEL BLOGGER:  Continúo con mi lenta recuperación de archivos perdidos en los últimos desastres nucleares (tanto en mi ordenador como en el de La Peregrina Magazine).  Mi amigo Morelli me ha enviado este texto fechado en 2002, prueba fehaciente de que "la majomía" comenzó en mi cerebro dañado desde hace mucho tiempo.

 

A la maldad con éxito se le llama virtud.

Séneca

 

A partir del magnífico texto de Servando González titulado “El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte” y publicado por Cuba Nuestra (Suecia, 2002-05-14), se me han reavivado viejas cavilaciones que semialetargadas han viajado conmigo dondequiera que haya ido.

Hubo un tiempo muy lejano en que en la Isla de “Ata la Puerca”1 la edad a la que pertenezco estaba por entonces inflamada por la inconformidad natural de la juventud y aderezada por una espontánea alegría que no nos conducía hacia ninguna parte. Por el hecho inevitable de ser jóvenes se nos consideraba, sin previa consulta, como “cantera” de la consolidación de un sistema que nos resultaba, por momentos cuando menos, indiferente, con pretensiones que velozmente se convertían en propósitos y metas con un marcado interés por encausar la espontaneidad de nuestra alegría a través de rígidos enjuiciamientos y normas, intangibles uniformes no de lo que puede ser el futuro sino de lo que tendría que ser. Los que fueron uniformados, entregados o por conveniencias personales, se convirtieron en “los chicos buenos”. Los que pretendimos vivir nuestros años con todas sus consecuencias fuimos considerados como “los chicos malos”, rebeldes con y sin causa, con ídolos tan irreverentes como Ray Davies, Janis Joplin o Jim Morrison, muy lejos, demasiado lejos, a “2000 light years from2 la postura y los discursos fascistas del Ché Guevara, hoy reconvertido en un icono tan válido, irreal e indestructible como Mickey Mouse. Y a más presión del “stablishment” más nos desviábamos del camino hacia la perfección, más buscábamos la destrucción de nosotros mismos, y por rechazo al héroe, con más placer (y también inconciencia) andábamos por las laderas de la antiheroicidad. Tal vez, quizás, sólo debemos agradecer a todos aquellos comandantes y sus acólitos que por la represión ejercida no hayamos muertos todos de sobredosis. Pero ¿a qué coste hemos continuado vivos? ¡Pobres años nuestros, que nunca han podido saber a qué edad pertenecen!

Por entonces los muchos conocidos, digamos que con eso que llamaban “inquietudes artísticas”, coincidíamos, no sólo en un unánime rechazo a los códigos de conducta pre-establecidos, sino también en un odio posiblemente hasta desmesurado hacia la intelectualidad (huelga decir que “oficial”, ya que en cualquier régimen totalitario no existe independencia en ese campo, pero lo añado para aquellos lectores que todavía mantengan un grado de inocencia), precisamente porque debido a esas “inquietudes artísticas” sabíamos que con mucha más facilidad ese sector representaba aquello en lo que podríamos convertirnos.

En aquellos tiempos prehistóricos (ignoro si salvados o no) de aquella isla proveniente de un error, publicar no implicaba necesariamente calidad y mucho menos talento (como sucede en muchas otras partes, ahora y siempre), pero sí un primer pago, al mismo tiempo que recompensa, por entrar a “La Academia”3 de una prometedora “inteligentzia”. La creación es una necesidad incontrolada e incontrolable; el intelectualismo no es más que “un oficio como cualquier otro, que requiere, sí, determinados talentos (como cualquier otro), e incluso puede que ningún talento como muchos que conozco no solamente aquí”4. Todo estriba en esa eterna confusión entre inteligencia y habilidad: algunos sólo valen para lo primero, otros para ambas cosas y otros muchos únicamente para lo segundo. En estados que ignoran los márgenes de libertad, los hábiles son quienes conducen el rebaño de los inteligentes, cuya inteligencia sólo les alcanza para darse por enterados del triste y humillante hecho.

Muchos de aquellos jóvenes que hoy marcamos con paso tan indeciso como entonces la cincuentena, han cambiado. Otros han quedado tal vez más tocados como para poder subirse a ese tren, aunque teniendo en cuenta que tanto evolución como progreso reciben por igual diatribas y excelencias, ignoro realmente quién se lleva el Oscar a casa. Posiblemente, parafraseando el título de una película, “amarga es (cualquier) victoria”. Pero espero no ser el único que todavía siente un profundo asco ante aquellos comisarios del “artistaje” que, más que pedirnos, nos exigían compromiso político y que, años después, cuando para ellos llegó el tiempo de abandonar el barco corriendo por la cuerda de anclaje, nos han sugerido, y continúan haciéndolo, apolitización. En todo caso, no somos otra cosa que lo que han hecho de nosotros.

(Madrid, 23 de julio de 2002)

1Referencia al valioso yacimiento antropológico de Atapuerca, España.

2Referencia a “2000 light years from home”, canción de los Rolling Stones.

3Referencia al famoso programa español, paradigma de la globalización televisiva.

4Opinión de un amigo cuyo nombre omito.

 

© 2002 David Lago González

1 comentario:

Zoé Valdés dijo...

No pude terminarlo, de repente me puse muy triste.