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a Leo Fornés
a Janusz Kucharzcyk
Hace dos o tres noches zapeaba yo de un canal a otro y caí en la 2 de TVE (Televisión Española). Posiblemente era La Noche Temática y el asunto era la política en el cine. Todo iba acorde con lo que yo recuerdo (y visto en muchos casos) sobre el tratamiento de la primera y segunda guerras mundiales y el fascismo y el nazismo, si bien el documentalista posiblemente tenía menos conocimientos cinematográficos que yo como simple espectador, teniendo en cuenta también que la mitad de mi vida transcurrió en Cuba.
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Pero el siglo XX avanzaba y la historia llega de pronto a la caída del muro de Berlín. Para ilustrar la presencia del comunismo en el cine y también de su aparente e inicial desaparición oficial de la escena mundial, al único filme que se recurre es a “Goodbye, Lenin”, película que muestra de forma ligera y graciosa el cambio (no el de Obama, sino el otro, de antes) y la entrada al nuevo orden mundial y a la globalización actual. No pude por menos que sentir vergüenza de los realizadores del programa. Ignoro si era información sesgada o desconocimiento, pero he pensado más en lo segundo, y creo que es más penoso. Se saltaron toda la filmografía (sutilmente) contestataria y remarcadamente artística que se produjo en los países “satélites soviéticos” (entonces se les llamaba así) durante la década del 60, sobre todo, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la propia Unión Soviética. Wajda, Forman, Tarkovski, Mijalkov y tantos y tantos otros, primero robados por la estúpida censura franquista, que, por provenir de esos países, los consideraría con un alto grado de peligrosidad, y después la igualmente estúpida amnesia de la pretendida progresía posiblemente les consideraría también peligrosos por no acatar los designios ideológicos que, aunque no lo digan abiertamente, siguen considerando correctos y justos.
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Gracias al ostracismo que la oficialidad ejerció sobre mí y sobre muchas personas que me rodeaban, por suerte nunca nos vimos con posibilidad de acceder a altas (ni a bajas ni a medias tampoco) esferas gubernamentales, ya fueran estrictamente políticas o de índole político-intelectual-artística, pero, aunque algunos (o muchos) se sorprendan de lo que voy a decir a título personal, me alegro —sin justificar para nada lo que nos sucedió— de muchas consecuencias de la represión. Por suerte, al salir en el año 82, no viví el ardid gubernamental cubano de recurrir al nacionalismo e inculcarlo en la mente de la población multiplicando geométricamente la confusión que a muchos nos originaba la confrontación de tantas contradicciones. Algo bueno, alguna ventaja nos tenía que pasar a los primeros. Y por eso tuvimos la ventura de haber visto todo ese cine que la mayor parte del mundo capitalista se perdió. Todas aquellas películas que, a pesar de hablar húngaro, checo, polaco, ruso, compartían con nosotros el mismo lenguaje de los sordos y los mudos, y adivinábamos, y queríamos descifrar y sentir que algo que veíamos en la pantalla tenía el mismo significado de lo escribíamos y guardábamos en lugares secretos más allá de la esperanza y también de la cordura. Para una buena parte la generación de aquellos tiempos, esos artistas eran nuestros héroes.
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Por lo anteriormente dicho, ignoro cómo se compraba en el I.C.A.I.C. las películas en el extranjero, bajo qué criterio, bajo qué sensibilidad. Desconozco el nombre o los nombres de esos funcionarios. Ignoro igualmente si la posibilidad de ver todo aquel cine que no tenía ningún representante semejante en nuestro patio, obedecía en realidad a la aguda sensibilidad e inteligencia de alguien en particular, o si sucedía justamente por todo lo contrario, como aquel rumor del funcionario que compró máquinas quitadoras de nieve ¡para utilizar en Cuba! Pero sea lo que sea, ¡bendito aquel compañero!
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(Madrid, 18 de diciembre de 2008.)
© 2008 David Lago González
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