jueves, 15 de enero de 2009

Un día más sin importancia

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(C)  Laurie Lipton

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El aire se llena de rumores, pájaros y aviones

que entorpecen el anonimato

de un día más sin importancia

que no sea el triunfo inapreciable de una vida cotidiana.

Dicen que uno de los dioses mayores

ha cedido a su propia naturaleza

y, como un miserable más que él despreciara,

yace en una cama próxima a la debilidad de los mortales.

Otros dicen que ya ha cedido a la putrefacción

y que espera, embalsamado, por un día conveniente.

Un tiempo para morir, un tiempo para vivir,

se puede leer en el Eclesiastés.

Demasiado humano para uno de los dioses más poderosos del Olimpo.

Como sus súbditos más abyectos,

se debate entre convenir o ser inconveniente,

lo que pone en duda que alguna vez haya pertenecido en realidad

al Olimpo de los Dioses.

Estos no esperan por un momento oportuno,

estos no aguardan por el momento oportuno:

simplemente hacen y deshacen, hacen o deshacen,

tragan a sus hijos como Saturno, o los convierten en cabras,

no importa cuánto se hayan apresurado sus vástagos

a olvidar y borrar los pliegos y pliegos que elevaron hosannas

a sus gestas, voluntades y caprichos; no importa

que sus hijos hayan jurado alguna vez ofrecer su vida mortal

por la inmortalidad de su alma; no importa que los visionarios,

atesorando la posibilidad de un nuevo cielo, se den por traicionados

y proclamen su pureza ante los desmanes del todo omnipresente;

no importa que sus otros hijos concebidos por misteriosas consecuencias malhadadas,

estén ya mortalmente muertos, o mortalmente demasiado cansados

para sostener en sus manos de piel, de huesos, ceniza o aire, una ligera copa

de peso incomparable al de la hoja de otoño que les cubrió,

eso sí, bajo toda la eternidad despiadada del Olimpo;

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o el peso de ese cristal no supere al del trémulo brote

que sugiere una continuación más allá del fin del mundo.

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(Madrid, 15 de enero de 2009)

© 2009 David Lago González

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3 comentarios:

Zoé Valdés dijo...

Así son los poetas, enigmáticos ante el horror, claros ante el error.

Anónimo dijo...

En realidad, a estas alturas, sería un día más sin importancia, querido mío, pero a veces, la flor de los vientos se deshoja y a uno le da por contar los pétalos al caer, recordando en esas caídas cada una de las memorias que no pudieron resolverse, las que quedaron allí a merced del tiempo, cubierto de humo y desolación. Quizás aún somos un poco los jóvenes de entonces, cuando creíamos que todo era posible, hasta condenar, con ahínco y aliento ensordecedor. El tribunal del Mundo está en silencio, lo ha estado siempre, por eso es bueno gritar de vez en cuando.
You are always in my heart,
Karin

David Lago González dijo...

Cuando en ese sentido --en el sentido del rumor que nos alegra--, unos llevan agonizando 50 años, sólo esperamos que Dios haga el resto, tanto de donde se emite la sospecha del rumor como desde donde se recibe. Es una posición PERSONAL y no forma parte de ninguna colectividad (odio el plural, ¿por qué será?) Hace años, cuando alguna vez quería ser Dios, pensaba "ojalá que sufra un ictus que lo deje intacto de mente pero que le impida hablar, expresar lo que piensa, para que se retuerza de dolor y frustración e impotencia, como he visto a otras personas que han pasado por ese accidente (conviví cuatro años en una clínica de enfermos terminales y sé perfectamente de lo que hablo: no es literatura ni poesía). Pero me he acostumbrado demasiado a esperar. Es otra consecuencia. Sé que mi apatía (por la que justamente fui condenado por los errados del horror, ya que el horror por sí solo no camina ni ejecuta sus distintas formas de manifestarse) no es mayoritaria, cosa que celebro. Aquel país necesita que ese gran símbolo que impide cualquier otro acto que no sean los suyos propios, desaparezca al fin y comience a mitigarse su estela y su horror (y como no muere joven como el Che sino desgastado por el poder y por la senilidad, no creo que de paso a su mitificación) porque es la única manera en que la tierra pueda comenzar a moverse. Lo celebro sinceramente.

Pero permítaseme que durante el murmullo y el feliz término, yo no altere mis costumbres.

Muchas gracias a quien o quienes se lean este comentario.