Hoy es el aniversario de José Martí. Ante la excesiva proliferación de estudiosos y expertos sobre su obra, mi ignorancia siempre me ha aconsejado mantener un cauto silencio, no en sí por consideración a estos sino por respeto al ser humano, poeta, pensador, escritor, romántico, que devino emblema nacional y que, a partir de su muerte, ha sido utilizado por todo tipo de seres muy por debajo de su talla como ataque y contraataque de unas mismas ideas o de ideas diferentes. Como dijo John Lennon de ellos mismos en comparación con Jesucristo, en el desbordado patio cubano, con cercas y sin cercas, su nombre ha bailado más que el de Dios sobre la punta de disímiles e infinitas lenguas, y cien años de sucia historia política de despreciable monta le han convertido en un comodín al que todos ofrecen, en secreto, el valor del escudo para esconder desmanes, errores y horrores, y por otra parte, al descubierto, también el de un espejo de justas menciones. Pero estoy seguro de que si hoy viviera, manteniendo la misma ética que se advierte en sus palabras, ya habrían existido innumerables Pedros que le habrían negado muchas más veces que tres, y no pasaría de ser un apestado incomprendido.
David lago González
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(C) Arturo Souto (Davos Platz, 1922)
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¿Qué importa el paisaje, la Gloria, la bahía, la línea del horizonte?
Lo que yo veo es el callejón.
Manuel Bandeira
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¿Ha oído hablar de La Patria?
Sí, sin duda: en sus jóvenes años fue tan zarandeada como en los míos.
Seguramente también sintió vergüenza de esa falacia,
y esa mezcla de rabia y piedad por los labios que la limitaron a una cáscara de nuez,
a una piedra que deshace la fuerte paz translúcida del cristal,
a un número sobre el antebrazo del alma, al asta que pincha estúpida la nube,
a la tea que nos acercan al rostro para identificarnos
o para quemarnos los ojos. A veces recelo de que incluso aquí,
perdidos en el tiempo, estemos a salvo del rebrote que hace temblar mis manos.
¿Lo advierte...? No obstante, dicen que no estoy enfermo.
Yo me río, me encrespa la practicidad incapaz de ver
lo que tantos ilusionistas han hecho con el inflamado espíritu
que una vez fue inocente, imberbe ausencia del peligro.
¡Nos han arruinado! Yo me río, ¡acompáñeme!
Pues sí, tiene razón: más vale el leve riptus
de una sonrisa que aspiramos como suspiro.
En eso se ha convertido la felicidad.
Aún acatamos la obsesión de no bajar la guardia...
La patria;
la patria, Herr Castorp, siempre fue para mí
un salón con dos sillones triunfales, asomados al sol y a las sombras;
medio tonel de madera luciendo una lustrosa begonia gigante;
un cuaderno donde el grafito descubría mágicas formas sobre un papel de seda
y yo, maravillado, pensé aquella noche
que esas siluetas eran lo que los mayores llamaban vida y hombres.
Y al crecer, como usted, me di de bruces con las antorchas, las banderas,
el espejo negro de las botas, los cristales rotos, las teas insolentes,
y las puntas de los dedos
que señalan a nuestras almas como a algo peligroso,
debilidad que no merece el aire de la patria.
Tal vez no nos dimos cuenta
de que siempre quedamos atrapados en un callejón sin salida,
y sin salida sería aquella línea que por encima del muro suponíamos horizonte.
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(Madrid, 18 de enero de 2004.)
© 2004 David Lago González
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