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EL MISTERIO DE LA MENTE
Las distintas formas en que la mente humana expresa y proyecta sus alteraciones, desde una personalidad límite, la bipolaridad, la esquizofrenia o el amplio y complejo mundo de una depresión mayor crónica, incluso hasta las consecuencias de un ictus, son temas que, además de atraerme enormemente, siento por ellos un inmenso respeto, posiblemente más que el que profeso hacia las distintas manifestaciones de la fe agrupadas simplemente bajo esa espiritualidad o distribuidas y parceladas en las distintas religiones que han poblado y pueblan la humanidad. No sé desde cuándo exactamente comencé a ser más sensible hacia el infinito sufrimiento y el incatalogable dolor que una persona enajenada experimenta indefectiblemente a sus propios actos. No es una cuestión genética: en mis ancestros no existen referencias conocidas, salvo el único caso por mí conocido de una prima que partió de Esmeralda, Camagüey, siendo niña en los años 60 y posteriormente desarrolló una esquizofrenia en New Jersey. Tuve también el caso de una amiga común de Camagüey, pintora, que vagó durante años por la calle y ahora parece que está más “reconstruida”, pinta y expone. Y nada sé de Maruchi, una amiga de la infancia, a la que la desaparición sin explicaciones de su pareja (un militar cubano de alto rango) la condujo a retomar para siempre la genética de su madre esquizofrénica. Y he tenido, hasta la Semana Santa pasada cuando murió, el viaje conjunto que durante años he compartido con mi amigo Oscar, a veces sintiendo un miedo atroz que no sé si podía equipararse al suyo pero que sabía que únicamente conducía hacia la salida de la boca de un cañón sin ningún otro destino que la desaparición absoluta.
Quizás por todo ello respeto todo lo relacionado con la locura, quizás incluso también de una manera ciertamente exagerada, o afectada por el mismo misterio de la enajenación.
Hace muy pocos días, en el blog Penúltimos Días, que lleva Ernesto Hernández Busto, éste se hacía eco de una serie de fotos de una mujer desnuda a la que llaman “La loca de Belascoaín”. La mujer, evidentemente, estaba bajo los efectos de un brote sicótico y era centro de un grupo de curiosos. Uno puede suponer que el corro estaba asistiendo a aquel espectáculo con asombro, tristeza, mofa, burla, lástima, disfrute, pero de cualquier forma era un acto denigrante, tan degradante como el de los prisioneros iraquíes, más que torturados físicamente, mofados y humillados en las fotos que han dado la vuelta al mundo y que todos conocemos (sí, ya sé que hay musulmanes que se inmolan y otros muchos que asesinan y ejecutan a diestra y siniestra, pero me resisto a rebajarme humanamente a una categoría semejante).
Dejé en dicho post un comentario explosivo que no sé si fue publicado pues allí mismo manifestaba que era la última vez que visitaba ese lugar.
Esas son las cosas que me convierten en “inconveniente” y que favorecen una creciente fama justamente de “loco” y de persona poco confiable. Pero ante cosas así, me siento “tan” orgulloso de mis inconveniencias...
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© 2009 David Lago González
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