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Anteayer viajaba en un taxi —los taxis españoles son altamente perjudiciales por muchas razones, sobre todo si llevan la radio encendida— y dos comentaristas mujeres en no sé qué emisora hablaban sobre la premier de “Che, el argentino” (menos mal que dentro de la Gran Confusión Mundial —de aquí en lo adelante llamada GCM—, no le llamaron “Che, el Cubano”). Todas las opiniones y referencias que destilaban eran de una tergiversación, una manipulación y una superficialidad tal que cualquier otro no desgraciadamente nacido en La Ciguaraya (nunca he sabido si esa palabra es con “s” o con “c”, así que disculpas a la empleomanía) podría haber pensado que estaban hablando de Disneyworld o del sub-producto que puede ser “Warner Bros. – París". Hasta tal punto fue cargante el viaje que, además de los bandeos que daba el coche por un conductor tal vez poseído por el abominable espíritu de Fernando Alonso, el exponer mi oído a tan enojosos comentarios de marujas con ínfulas periodísticas, me produjeron mareos y tal vez el principio de una hipoglucemia que, al llegar a casa de Waldo, me hicieron sentarme y bajar la cabeza todo lo más posible que mi abultado vientre me permitía y esperar que pasara el malestar. A Waldo ni siquiera le comenté de las posibles razones de éste porque, aunque él iba en el taxi, oye mal y creo que no se había enterado de nada, lo cual, a veces, es preferible.
Bueno, en los últimos días, Benicio aparece frecuentemente en nuestras vidas. Fragmentos de la película con su voz hablando con una dulzura que para nada recuerdo en el Che. Por suerte, no le oído asumir el típico acento cubano occidental generalizado e internacionalizado que convierte un “hasta luego” en un “a’ta ‘o’uevo”, pero no descarto que lo utilice en la película. Yo, personalmente, rememorando los discursos, tampoco recuerdo que el tío este de Córdoba o Rosario, tuviera un acento argentino sumamente marcado, quizás porque no era porteño (suerte para él porque, si no, lo odiaría aún más). Creo que en Cuba no se exhibirá la peli porque no están de acuerdo con la imagen que dan de Fifo, misterio que juro por mí que me caiga fulminado por un rayo en este preciso instante, que nunca intentaré descubrir. Algo bueno les tiene que pasar a los que se quedaron.
Sin duda, la película (a 40 años de la muerte del personaje-personaje), la invasión de las camisetas con su victoria siempre, la proliferación de los tenderetes de la extrema izquierda los domingos de Rastro en la Plaza de Tirso de Molina y la superioridad del prestigio del argentino sobre el de Fifo (única cosa de la que me alegro porque El Otro no imaginaba el inmenso favor que le hacía al no permitirle volver a Cuba y abandonarlo en la altiplanicie boliviana, tiro culatero al fin y al cabo), es una consecuencia más de la caída del Muro de Berlín, el derrumbe (inicialmente total y posteriormente parcial) del comunismo, la descomposición de la Unión Soviética, y el Nuevo Orden Mundial, que ahora Vladimir Putin trata de reconducir a través de viejas glorias imperiales, todo lo cual, además de otras muchas cosas pero todas entre ellas vinculadas, forman la GCM (ver más arriba). Y todavía lo que falta: lo inimaginable.
Hollywood, y el cine norteamericano en general (¿o todo es Hollywood?), no se llevan nada bien con la adaptación de novelas, textos y situaciones que no sean intrínsecamente norteamericanos. Yo creo que es un problema de incapacidad natural suya, y no de ignorancia o menosprecio hacia otras culturas como siempre se les quiere achacar en ese afán de concederles la supremacía de la imbecilidad. En realidad, este desencuadre en la comprensión y proyección de otras actitudes nacionales no es exclusivo del cine norteamericano. Por ejemplo, Andrezj Wajda en su espléndida “Paisaje después de la batalla” caricaturiza también la llegada de las fuerzas aliadas norteamericanas a los campos de concentración nazis, lo cual merma ligeramente la calidad de la película. Verdaderamente encomiable es el caso de los soviéticos sobre la puntillosidad y exquisito cuidado que ponían en los más pequeños detalles de las versiones cinematográficas literarias. Todo esto lo saco a colación porque acabo de ver en El País, un fotograma de la película de marras (de marras ¿o de mierda?) en que Camilo Cienfuegos y el Che fuman sendos habanos en la supuesta Sierra Maestra, y más, mucho más que el descanso del guerrero, o los guerreros, la foto en sí parece una promoción más de Cohibas, Montecristis o como quiera que se llamen todos esos tabacos que mi padre, David Lago de la Fuente, personaje nada importante, antiguo aldeano miserable gallego y gran fumador de puros (vine a verle fumar cigarrillos después de La Revolución), valiéndose de la cuota que tocaba por él y por mí que creo que era de dos puritos pendejos cada quince días, troceaba aquel objeto de placer según muchos, lo mezclaba con otras hojas de tabaco que le traían del campo, y volvía a liarlos, para después reunir los “cabos” en una latica de leche condensada y reutilizarlos en la fabricación del próximo puro. Era la espiral infinita de la peste a cabo. Por ese recuerdo suyo NO permito que en mi casa nadie fume un puro cubano.
Pero me alejo de mi padre, al que nadie hará una película, y vuelvo al cine. Hollywood, incluso Sodenbergh, edulcora. Hollywood es la gran responsable de que una obra maestra como “Dr. Zhivago” haya terminado convertida en el Tema de Lara, y ni tan buenos actores como Omar Shariff y Julie Christie la salven. Hollywood, incluso Schnabel, edulcora y adultera. “Before Night falls”, basada en la caprichosa realidad de Reinaldo Arenas (los reclutas haciendo cola en casa de la tía para singárselo, la desbordada oscuridad de los baños públicos de los carnavales y unos cuantos etcéteras que sepamos o podamos adivinar los que vivimos aquellos años), sólo está salvada por la actuación de Javier Bardem de convertirse en la segunda película más mala que he visto en toda mi vida (la primera es la de Andy García).
De modo que yo me pregunto, esperanzado tal vez estúpidamente, infantilmente, como una muchachita de falda corta que sueña con su primer amor, no que Sodenbergh mate otra vez al Che —no, no caerá esa breva, compañeros—, pero sí al menos de que el ingrediente hollywoodense surta el efecto contrario al del aumento (ya de por sí irracional) de popularidad del revolucionario fantasma. ¿O se convertirá el amigo Jacobo Machover, con la traducción de su libro sobre “le personagge”, en el superhéroe capaz de hacernos olvidar parte de la pesadilla?
To be continued...
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(Madrid, 5 de septiembre de 2008)
© David Lago González 2008.
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