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Una de las cosas que más aprecio de la vida en la horrible sociedad capitalista y su sistema de consumo atosigante es la normalidad. La normalidad de, cada sábado y domingo por la mañana, pasar una o dos horas en la cafetería preferida de mi barrio, leyendo el periódico. Claro, he pasado por etapas peores y por momentos mejores, pero esa tranquilidad de la que disfruto cada fin de semana es impagable, y por eso afirmo que me devuelve a una normalidad que sólo puedo comparar con la de mi padre al coincidir con sus paisanos en el Hotel Europa —propiedad de Riestra y Peón— y algunas otras veces en el Hotel París, que era también un punto de reunión de los emigrantes españoles en Camagüey. Por esa simple tontería, por ese hecho nimio, ha valido la pena haber dejado Cuba y la vida que me tocó asumir.
Leyendo en Wooster El País de este domingo doy con un magnífico editorial escrito por Santos Juliá acerca de la permanencia de la ideología comunista. Comparto totalmente su opinión, que termina, lamentable y dolorosamente, con la mención de ese país donde nací y que se presenta como la sustitución ideal (y mucho más cutre) a la Unión de los Soviets. Considero absolutamente importante y de primer orden que, los que por una u otra razón estamos enrolados en la intelectualidad cubana, no cedamos al intento sistemático de desgajar el Castrismo de su todo, el Comunismo. Es evidente que los esfuerzos de una parte de la intelectualidad, tanto dentro como fuera de Cuba, hacia una neutralización ficticia esconde este propósito. La oficialidad de los países comunistas del este europeo no tuvo tiempo para reciclarse y sucumbió mayormente por su propio peso y por ser tan falsa y vana como la ideología que la había creado, pero los veinte años transcurridos han dado tiempo de sobra en Cuba (y esa otra parte de Cuba que ni está dentro ni está fuera, pero que obedece más a la primera por sus propios intereses, ya que es en el único lugar donde se pueden sertir “alguien”) para validar, en la más absoluta y profunda confusión, el who’s who en aras de una prolongada supervivencia y la pretensión de un reconocimiento perdurable por encima de toda realidad y de toda valía.
Reproduzco a continuación el editorial de El País al que hago referencia:
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SANTOS JULIÁ - OPINIÓN
Comunismo: memoria y fe
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Comunismo/memoria/fe/elpepusocdgm/20091122elpdmgpan_4/Tes
SANTOS JULIÁ 22/11/2009
El comunismo, escribió George Steiner, y no como juicio derogatorio sino como explicación de su fuerza para generar grandes obras de literatura en comparación con la pobreza del fascismo, es una "mitología del futuro humano, una visión de las posibilidades humanas rica en exigencia moral". Los mitos, como las visiones, pertenecen al orden de la fe, de las creencias, y los grandes relatos mitológicos, los que se viven a fondo porque prometen amaneceres que cantan, a la par que suscitan obras de arte plantean grandes exigencias morales. No se puede creer en otra vida y conducirse en ésta como un miserable.
Por eso, mientras el comunismo se organizó y creció como una especie de iglesia portadora de una mitología del futuro, fue una potente maquina de movilización en todos los órdenes de la vida, también en la política. En España, sin ir más lejos, los comunistas, que durante la República no pasaron de la dimensión ni del comportamiento de una secta, durante la guerra civil -como muestran Ángel Viñas y Fernando Hernández en su recienteEl desplome de la República- se convirtieron en el gran partido que pagó el precio más elevado en vidas por su disciplina y su determinación en mantener hasta el final la política de resistencia.
Los problemas del comunismo no surgen, pues, por el hecho de que sus militantes compartan una fe, crean en él, como al parecer vuelve a ocurrir con afiliados de las jóvenes generaciones, un fenómeno que alguna relación debe de tener con el reflorecimiento del espíritu de secta en la iglesia verdadera, la católica. Los problemas surgen, por el contrario, en el mismo momento en que el futuro humano prometido en el mito se hace presente, o sea, cuando los comunistas en lugar de iglesia de creyentes se convierten en iglesia triunfante. En este punto, no se conoce ninguna excepción: el poder comunista, se mire por donde se mire, ha sido siempre un horror. Un horror no como metáfora o cualquier otra figura retórica sino como práctica diaria de bárbaras técnicas de poder.
A esta historia de ejercicio del poder a base de purgas hacia dentro y de terror hacia fuera y al colapso final del gigantesco aparato construido sobre una burocracia de partido y una policía política es a lo que nunca se ha enfrentado en serio el Partido Comunista de España. Tampoco ahora: muy en la línea de no querer mirar de frente su pasado, elInforme al XVIII Congreso -celebrado hace unos días- ofrece del hundimiento de la URSS una explicación pintoresca: saqueadores de fuera y canallas de dentro se habrían repartido todo el botín. A eso se reduce el bagaje marxista de la nueva dirección: a explicar la desaparición de un sistema que llegó a implantarse en media humanidad por el ansia de botín de un puñado de saqueadores y canallas. ¿Canallas en la URSS, en Polonia, en Rumania, en Hungría, en Checoslovaquia, o un canalla sistemático? Y ¿qué saqueaban los saqueadores si con el botín no se podía hacer otra cosa que tirarlo a la basura?
Ah, escriben, pero el intento fue serio y las ideas que dieron vida a los procesos revolucionarios, "eran válidas, son válidas". Hay que leerlo para creerlo: de la seriedad del intento y de la actual validez de aquellas ideas, sostenidas en una fe inquebrantable, deduce el PCE que es preciso intentarlo de nuevo. Y como se trata de una historia insoportable, este resurgir del ideal comunista como mitología de futuro se acompaña, por lo que respecta al pasado, de una llamada a la memoria: que no nos hurten nuestra memoria, dice Centella; y por lo que se refiere al futuro, de una mirada hacia el continente en el que germina una nueva "sociedad de camaradas", América Latina.
En esto consiste todo el cimiento de memoria y fe sobre el que edifica el PCE su llamada a convertirse en "un referente moral, ideológico y político para muchas y muchos jóvenes": primero, en recordar la fortaleza moral y la solidez ideológica de los viejos militantes que lucharon contra la dictadura a la vez que se tiende un manto de silencio sobre lo ocurrido cuando la mitología de futuro, para desventura de millones de seres humanos, se convirtió en poder del presente; y segundo, y puesto que la URSS dejó de ser faro y guía "hace una eternidad", en dirigir la mirada a "los procesos anticapitalistas de poder popular" de Latinoamérica. Todo lo cual queda resumido en la consigna: "Socialismo, con mayúscula y sin complejos", que el nuevo secretario general recita como mitología de futuro de la nueva generación antes de emprender su peregrinaje a Cuba.
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No considero de suficiente interés extenderme en consideraciones sobre la crónica de Mauricio Vicent acerca de los últimos incidentes alrededor de Yoani Sánchez y su esposo (http://www.elpais.com/articulo/internacional/Dias/infarto/Yoani/Sanchez/elpepuint/20091121elpepuint_2/Tes), ya que, como se sabe, Mauricio Vicent sólo escribe de lo permisible y lo permitido.
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