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Anoche, en el programa "Documentos TV" de RTE Canal 2, pusieron un documental interesante que trataba, principalmente, sobre un grupo de disidentes de la antigua RDA, antes y después del Muro. Realmente no sé y creo que no se explicaba en qué consistía su disidencia, salvo en el sentido de ser conscientes --detesto esta palabra, lo juro-- de que no eran comunistas y no jugaban a serlo. Se reunían en una iglesia episcopal en Berlín, recinto lleno, lo que podría servir de pretexto para que cualquier persona que no haya experimentado las mieles de tal ideología convertida en forma de gobierno, piense y diga y ponga en duda toda la represión y la atmósfera opresiva agobiante que dicha manera de dirigir al rebaño genera automáticamente. Pero los que hemos vivido en un país comunista sabemos perfectamente que el absurdo no sólo es posible, sino también inherente al sistema.
Bien, el documental los presentaba antes y después, con filmaciones de ambos momentos. Giraba alrededor de un disidente, que fue detenido junto con su esposa, y a los pocos días expulsados a Occidente. Luego regresaba clandestinamente, antes de La Caida, pasando inadvertido o confundido entre otros la misma verja en el muro por donde poco antes había sido expulsado. Se reunía con los demás en la iglesia. Formaban un grupo, parece que bastante numeroso, que se llamaba Forum no-se-qué y que antes de la caída ya había renunciado a presentarse como posibilidad política en cualquier potencial cambio debido a que en realidad no contaban con un proyecto de gobierno. Honestidad y modestia. Todavía tengo en la retina su encuentro con una pareja amiga dentro de la iglesia, y la cara de estupefacción del que permanecía en Berlín Este diciéndole "pero no me lo puedo creer, que tú estés aquí, no me lo puedo creer" y se pasaba la mano por la barba lentamente como calibrando el grado de realidad. Además, llevaba un jersey (no recuerdo cómo se llamaba esa prenda en Cuba... creo que "sueter" --que, naturalmente, viene del inglés "sweater" o "sudadera" en España) escuchimidizo, de esos pobrecitos y que dan tanta lástima como el traje completo y la maletica que nos poníamos los cubanos para salir definitivamente del país y llegábamos así a Barajas como si fuéramos habitantes del fin del mundo. Además, el berlinés se me parecía a Raúl Parrado y se me hacía tan familiar su estampa y sus gestos que también me era doloroso verlo. ¡Por Dios! Toda aquella gente tenía tanto que ver con lo que éramos nosotros en los años 70, las mismas melenas todavía, la misma mirada triste y extraviada tras un horizonte que la cerrazón nos obligaba a pervertir con la esperanza de ser oídos y de que alguien, alguna vez, del lado de allá, pensaba en nosotros.
El disidente protagonista vuelve a pasar al Este y se instala allí definitivamente. El documental alterna con su regreso al Oeste, justo ahora, a los veinte años de aquel incidente que cambió sus vidas para siempre. Visita a los amigos, a otros colegas de los tiempos rebeldes. Algunos han rehecho sus vidas. Con su hijo, un joven ya crecido y hecho en el Berlín occidental, visita la cárcel donde estuvo, hoy convertida en museo. También la sede de la antigua Stasi, que conserva una cantidad abrumadora de expedientes que cada interesado puede ahora verificar personalmente. Archivos de la miseria humana, de la gratuidad, de la arbitrariedad, de la maldad, que esa ideología en teoría y en práctica hace evolucionar a absurdos niveles de horror. También visita a un amigo que era cocinero en un hotel y restaurante donde solía reunirse los detentores del poder, incluida, claro está, los miembros de la Stassi. En aquellos viejos tiempos, este amigo le suministraba comida a través de una ventana. Lo delató un infiltrado en el grupo del Forum y fue enviado a la cárcel; mostraba a la cámara una foto del personaje malvado sentado delante de un cartel con la palabra "Glasnot"; la foto se la había tomado él mismo, a instancias del otro. Pero la vida le deparó un doble castigo: bajo el comunismo lo perdió todo con la cárcel, en la unificación no le reconocieron sus años de trabajo en el restaurante de los poderosos ni sus años de prisión, quedando a subsistir de una pensión miserable. Su imagen era la de un hombre alto, mayor, con largos pelos blancos, embuido en una larga gabardina negra, como un homeless hippy, como el Caballero de París.
"Al menos ahora no lloramos cuando nos vemos", comenta el protagonista, sonriendo levemente a la cámara.
(C) David Lago González, 2009.
1 comentario:
Ese tipo de documental me deja siempre en el piso.
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