lunes, 23 de marzo de 2009

UN PRESENTE ETERNO (The Padilla Papers)

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NOTA DEL BLOGGER: Reproduzco aquí el post que Belkis Cuza-Malé me ha enviado, recién colgado en su blog, sobre los 38 años del Caso Padilla. Le dejé un comentario sobre lo acertado de definir la vida que a muchos nos ha tocado como “un presente eterno” del que nunca salimos, ni hacia delante ni hacia atrás. Es como si el inmovilismo político de 50 años de comunismo y castronacionalismo se extendiera a la parte vital de cada uno de los que, de una manera u otra, hemos andado los mismos caminos.

Para nosotros —no me refiero pomposamente a “nuestra generación”, cosa que no me importa lo más mínimo, sino para nuestro grupo de indeseables de Camagüey-Santiago-Habana, los que jamás llegaríamos a salir triunfantes de Tercera y F —en cambio, Abel Prieto y el en las últimas semanas tan comentado Senel Paz, si cumplieron ese destino—, los apestados, carne de cervecerías y alcohol para parafrasear a Babel—, Heberto Padilla era uno de los pocos poetas buenos y una persona respetable, en el sentido literal del adjetivo. No creo que le consideráramos un héroe, no creo que nos desilusionara su forzada mea culpa pública porque aquello fue mucho más bochornoso para quienes la dirigieron y secundaron que para los protagonistas de la trama. Me parece que lo asociábamos un poco con la imagen de Boris Pasternak.

Aquel “escarmiento” varió la consideración que muchos, sobre todo del lado internacional, tenían sobre lo que pasaba en una isla tan pequeña e insignificante. No fue exactamente un tiro por la culata porque la historia ha recompuesto y recompone una y otra vez “el presente eterno”, pero sí fue una bala que rebotó incontroladamente de un lado para otro. El resultado de todo ello ha sido, al fin y a la postre, de triste conclusión. Es sólo mi opinión, que de nada vale ante la de expertos de mayor enjundia y conocimiento, pero creo que Heberto Padilla es la persona (no ya solamente El Poeta) que nunca sobrevivió al Caso Padilla.

Sólo eso.

© 2009 David Lago González

-o-

Sunday, March 22, 2009

The Way We Were: Eramos tan felices...
(A 38 años del Caso Padilla)


Belkis Cuza Malé

Como vivo en un presente eterno, olvido contar los años. Pero alguien me habló esta mañana del Caso Padilla y de pronto recordé. SÍ, han pasado 38 años.


Entonces fui y busqué una foto de Heberto Padilla, una de ésas--creo que del fotógrafo francés Pierre Golendorf--, donde está con la misma ropa con que se vistió a toda prisa en presencia de los policías que vinieron a arrestarnos el 20 de marzo de 1971. Porque Heberto estaba durmiendo cuando la Seguridad del Estado tocó a la puerta fingiendo ser el hombre del telegrama. Dormía desnudo, lo recuerdo bien, pues el apartamento era un horno si el viejo aparato de aire acondicionado no funcionaba a todo dar.


Allí está todavía en la foto, con aquel jean color crema que le había regalado el poeta mexicano Efrain Huerta, y una camisa de cuadritos, donde prevalecía el amarillo. Aparece rodeado de nuestros libros, de la máquina de escribir y de algunos afiches, como aquel del fotógrafo norteamericano Lee Lockwood, y otro, una reproducción de un Roualt, que ponían una nota de color en el pequeño apartamento que dentro de su modestia quería ser también hogar de escritores.

Nunca he entendido la forma en que lo describió Jorge Edwards en su libro Persona Non Grata. Porque mal que bien, nuestro apartamento de entonces, en la calle O y Humboldt, a una cuadra de la Rampa, era un sitio amable, como digo, lleno de libros y cuadros, de fotos. Nada de lujos, claro. Tenía una habitación que transformamos en estudio, con un sofá cama (conseguido tras la gestión de Luis Santiago, un amigo inolvidable), y las paredes estaban cubiertas de libros y cuadros. La salita la había transformado en una cocina comedor, y al costado estaba el cuarto de mi hija, con una ventana.

Por extraños designios de la vida, las cuatro sillas de mimbre del comedor pertenecieron al dramaturgo Julio Matas, que había vivido en el edificio antes de marcharse de Cuba. A la vecina que heredó su apartamento le cambié aquellas hermosas sillas de mimbre por algo que no recuerdo.

En este mismo edificio, pero en un piso más alto, vivía la actriz Ingrid González, primero con su ex, el crítico Rine Leal, y luego frecuentado por los maridos subsiguientes de Ingrid, incluyendo a Reinaldo Arenas, Noel Nicola y Joaquín Ordoqui García Buchaca. Este último solía visitarnos y compartir incluso algún que otro pato congelado que había *robado* del freezer de sus padres. El viejo Joaquín Ordoqui y su esposa, la García Buchaca, permanecían bajo arresto domiciliario en una finca de los alrededores de La Habana. Así que Joaquinito, el único que podía entrar y salir de aquel sitio, se aficionó a la conversación filosófica con Heberto, pero nunca tocamos el tema de sus padres, obviamente prohibido, pues hubiera sido una descortesía de nuestra parte. Por mucho que me mataba la curiosidad, jamás abrí mi boca con preguntas indiscretas.


El edificio tenía fama, es decir, mala fama --y hasta un indecente nombrete--, cuando en 1967, y tras una peripecia que pudiera ser tema para una novela, me mudé allí. Habíamos recorrido La Habana y el Mariano de entonces, en el viejo automóvil del escritor Antonio Benitez Rojo, en busca del apartamento menos malo que se ajustara a lo único que me ofrecían. Yo preferí aquel que estaba cerca de la Rampa, y que aunque no tenía refrigerador (otra odisea para luego conseguirlo), ni balcón a la calle, y se accedía al primer piso por una escalera siempre a oscuras, una vez que cerraba mi puerta lo invadía la luz maravillosa que entraba por la ventana. Eso era suficiente para mí.


No podía quejarme. En 1966, divorciada, y en la calle y sin llavín, como decimos, aquel sitio se transformó pronto en un hogar para mí y mi hija. Y luego para Heberto.


Cuando entré por primera vez, no se habían borrado las huellas de los antiguos moradores, sus vibraciones. Pronto, la vecina chismosa se encargó de informarme que Caridad, que así se llamaba la inquilina anterior, se había marchado a Estados Unidos, tras haber estado en prisión. Nunca supe el nombre completo de Caridad, pero aquella manzana y otras ofrendas religiosas que encontré en un rincón, presumían que buscó la protección de los dioses africanos, seguramente con la esperanza de que se le abrieran todos los caminos.

No sé si Caridad fue feliz allí o no, pero a nuestro modo, Heberto Padilla y yo lo fuimos, amándonos, viviendo intensamente y recibiendo a amigos (ahuyentando también a unos cuantos espías e informantes de la Seguridad del Estado). Allí escribió Heberto “Fuera del juego”, y yo, “Juego de damas”. Sí, fuimos felices en O y Humboldt, aunque como Caridad, terminásemos en una celda de la Seguridad del Estado.

Al cabo de 38 años sólo deseo recordar los momentos eternos: el amor, y la luz marina que se colaba por la ventana.

 

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2 comentarios:

Belkis Cuza-Malé dijo...

Gracias, querido David, por tu texto tan esclarecedor. Y por reproducir mi articulo.

Un abrazo y muchas bendiciones,

Belkis
www.belkiscuzamale.blogspot.com

Anónimo dijo...

Now why are you asking silly questions about the Fire Brigade? They
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