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Domingo: día de Rastro en Madrid, y en mi barrio, que es el vuestro si queréis acompañarme.
La Plaza de Tirso de Molina es un sitio que tiene mal fario. Por el tiempo en que volví a Madrid, allá por mayo del 82, era una placita con cierto encanto que se correspondía con la arquitectura circundante y todo ello se hallaba enclavado (¿o "clavado"?) en lo que podría definirse como "zona deprimida", al igual que el actual ghetto gay de Chueca que era un sitio al que si entrabas arriesgabas la salida por el alto índice de drogadictos y delincuencia que suelen complementarse e intregrarse conjuntamente al paisaje.
La plaza se alzaba sobre un montículo de tierra poblada de quizás una decena de robustos y viejos árboles. Tenía bancos, simples y hermosos, con espaldar y asas, en los que se podía descansar --soy de la opinión de que existe, al menos en Madrid, una gran conspiración urbanístico-arquitectónica-comercial para hacer lo más incómodo posible las plazas y parques públicos, de modo que la gente tenga que recurrir a las sillas de una terraza para no terminar con fuertes dolores de espalda, lo cual de inmediato implica consumir y gastar dinero--. Incluso habían dos urinarios, de época: una para mujeres y otro para hombres. En el de las mujeres no sé lo que pasaría, pero en el de los hombres había lo que, en términos más castizos, se llamaría como "mucho tomate". Y, además, había una sobresaturación de droga, en todas las variantes y consecuencias imaginables. Era el tiempo del caballo: la heroína. Cosa dura, hardcore. Un sitio peligroso, deprimidísimo.
Han pasado más de 20 años desde entonces, creo que la plaza ha estado en misteriosas obras como esa misma cantidad de tiempo, y finalmente "la era ha parido un corazón" horrible, "horripilante de la muerte" (como dicen las locas de Chueca, frase que no acierto a saber qué quiere decir exactamente porque se usa por igual para designar algo bueno como algo malo, como "el puto", "la puta" o "de puta madre"). Ni siquiera la salvan las dos terrazas que hasta el otro día han estado funcionando con sus mesas en busca del sol, pues en una de ellas el cotarro lo controlan un par de maricones cubanos que son la orilla misma hecha realidad. Una especie de medio paredones contienen la tierra de dos o tres árboles. Unos bancos aparentemente individuales, que quisieron ser de atrevido diseño, se esparcen por entre aquellos canteros que, además de árboles, permiten que plantas ornamentales luchen por la vida. Al alcaide Gallardón se le ocurrió poner unos dados extraterrestres en los que latinoamericanos (los únicos bobos desesperados que pudieron pillar) venden flores y plantas sin que aquello llegue a integrarse del todo en el todo. En realidad, lo mejor de toda la plaza es la gitana a la que le compro fruta y que se pasa la mañana huyendo de los municipales, el marido "¡¡¡Antoooonio!!!" y el hijo corriendo con la carretilla de un lado para otro, muchas veces al aviso solidario de los clientes y personas que pasamos por allí. Pero en la plaza sigue habiendo el mismo trapicheo de hace 20 años y los mismos drogatas u otros, aunque de edad indescifrable debido al caballo, el alcohol, la marginalidad y el sida. Al anochecer la plaza se oscurece tanto por la luz del día que se aleja como por la negritud sub-sahariana que invade el corazón de la misma; intuyo que muchos bares no reciben con agrado a los africanos y también que muchos de esos africanos carecen de las monedas necesarias para estar continuamente gastándoselas en deprimentes baretos del Madrid profundo.
La plaza, rodeada por sobrios palacios castellanos también "deprimidos", muestra con orgullo balcones donde cuelgan banderas e insignias y letreros de la C.N.T., organizaciones anarquistas y okupas.
Es por ello que los domingos de Rastro --y todos lo son-- es tomada por la avanzadilla de toda esa gran confusión amalgamada de ismos, en la que ellos --los ejecutores, o ejecutantes-- suponen que no existe nada de derecha sino que todo va desde la izquierda al infinito... --pero... el mundo es redondo, ¿no??????????????-- y así se pueden ver cosas que, de no ser porque me rapo la calvicie cada quince días, me convertirían en algo parecido a Whoopie Goldberg acabada de levantar.
Hoy el cartel que llamó mi atención decía: "ISRAEL, MÉTETE MI HIPOTECA POR TU HOLOCAUSTO"
No debo decir algo más.
(C) 2008 David Lago González